Tuesday, October 19, 2010

TV, Drogas y Rock & Roll

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Debo confesar que existen varios motivos por los cuales dejé de escribir, uno de ellos fue mi traslado a Washington DC y el otro lo podemos resumir en simple pereza, excusada en falta de tiempo. Durante este mini receso logré empezar 2 entradas, las cuales se fueron difuminando en el tiempo y se fueron quedando cortas de ideas, quedaron a la deriva esperando a ser leídas y terminadas (cosa que espero hacer pronto).

Hoy vuelvo a las letras y vengo con una historia de mi infancia, la cual parece estar llena de aventuras inexplicables para un niño de 8 años (creo que esa era la edad que tenía cuando esto sucedió). Según cuenta la mamita, era medio día de un sábado, el bebé (así me dice mi mamá) estaba que jodía y jodía que quería ver Dumbo, película que veía casi que a diario, y no porque fuera mi película favorita, nooo… por el contrario, me perecía una película miedosa, especialmente la parte en que ese pobre elefantito se emborracha y empieza a ver elefantes rosados bailando. Por favor, que alguien le diga a Don Disney que esto no es apto para niños, al punto que no creo estar preparado aun para tanto voltaje.

Lo mejor de esta película (versión económica) eran la propagandas, porque obviamente en mi casa no existía película original, aquí se apoya la piratería desde la época del betamax (que pena). El caso es que yo no sé de donde carajos mi tía (la chévere) se levantó una copia grabada de tv, para mí que era importada porque  estaba en inglés y por lo cual tenía un sinfín de propagandas gringas.  Ah cosa más entretenida! No hay nada mejor que ver comerciales de productos que uno no conoce ni entiende (por sus nombres en inglés). Ahí aprendí que el mundo de los cereales va más allá de las Zucaritas y los Choco-Crispis, que existe un tal Capitán Crunch y que además del Tang, el Zum y el Frutino existe el Kool Aid y V-8. Sí, eran esos comerciales los que me motivaban a hacerle la vida imposible a mi mamá para que me pusiera el dichoso elefante orejón, que por cierto se veía horrible pintado de payaso. 

Ese sábado al no tener respuesta alguna de mi hermosa madre me puse en la tarea de buscar la película por mi propia cuenta, la cual, estaba en el mismo armario donde ella tenía toda la medicina de la familia. Si hay algo típico de la casa de los Achury es el botiquín, sinceramente es de un nivel ni el hijuemadre! Se le tiene desde el Desenfriolito hasta morfina, yo creo. Fue ahí, mientras trepaba cajones que perdí el interés por la película. Y claro cómo no, ver pepitas, cajas y tubos de todos los colores y tamaños era como estar en un paraíso de juguetes intocables. 

Fue así como me agarré unos cuantos tarros de pastillas y me puse a jugar con ellos, me fui al frente del televisor me senté y de un momento a otro el sueno me venció. Quedé como un renacuajo botado en el piso, mi mama al notar ese silencio que solo los padres perciben, empezó a gritar – Diegooo! Diegooo!- al no obtener respuesta, su primera deducción fue que el “bebé” estaba haciendo alguna travesura, cosa que yo no hacía muy seguido, pero el silencio perturbó su mente y la llevó a preguntarse dónde estaba y que hacia tan calladito. Subió las escaleras y entro a la habitación, su primera imagen fue verme botado en el piso durmiendo con un montón de tarros de pastillas desocupados y una que otra pastilla botada a mí alrededor. Pobre, no me imagino el susto tan verraco que se metió, lo primero que intentó hacer fue levantarme, lo cual logró de manera enérgica logrando hacerme llorar. En medio de su preocupación, empezó a preguntar qué había pasado con las pastillas y me repetía una y otra vez – Diego te tomaste las pastillas?- yo, en medio de la angustia que reflejaba mi mamá, solo me limitaba a mover mi cabeza afirmando lo que ella preguntaba.

En cuestión de minutos o segundos diría yo, llamo a mi tía, cogió el carro y me llevó de emergencia a la Clínica de Country que era la más cercana a la casa. Una vez llegamos, empezó mi martirio. Ya no solo mi mama y mi tía preguntaban por las pastillas, a estas alturas la enfermera y el doctor estaban involucrados en este tema y no hacían más que interrogar. Yo miraba a mí alrededor y veía tanta gente encima de mí que los nervios y la angustia se apoderaron de mi. Sentir esa presión de todos, hizo que mi mente se centrara en la misma respuesta, afirmando que si había tomado dichos medicamentos. 
Mi mamá  pasaba frascos y empaques desocupados a la enfermera, la cual solo tomaba nota y hacía cara de mmmm “a este niño se lo llevó el putas”... cosa que a mi familia no le daba ninguna tranquilidad. El médico sin pensarlo ordenó un lavado estomacal, cosa que no le recomiendo a nadie en la vida... ahí le lavan hasta el alma a uno... lloré tanto ese día, que me pareció ver a la enfermera llorando a mi lado; aunque ahora que lo pienso creo que era por la cantidad de patadas y manotazos que le metía a la pobre, que lo único que quería era mantenerme en la camilla. Después de un buen tiempo, de la "delicia" de lavado, el doctor seguía con la misma cara de preocupación, pero al mismo tiempo expresaba asombro, ya que no entendía porque no encontraba nada.

 Después de mis más eternos 30 minutos, el doctor terminó el lavado y dijo que yo estaba fuera de peligro, que no existía razón por la cual fuera a tener una intoxicación. Fue así como me dieron de alta, y le recomendaron a mi mamá no dejarme dormir durante las próximas 8 horas. Cosa que fue una odisea, porque como todos saben después de una buena llorada viene la mejor siesta del mundo y que gracias a el doctor nunca logré. Mi mamá no encontraba como mantenerme despierto, me caminó, me paseó, y jugó conmigo por 8 horas seguidas; durante las cuales yo lloré, grité y pataleé sin parar.

 Al fin llegó la noche, cumplí mi tiempo de insomnio, mi mamá entendía mi dolor y mi cansancio y por eso que decidió levantarme el ánimo con mi película favorita. Cogió el casete del betamax donde estaba la película, la metió en el aparato e intento cerrar la consola. Pero se llevó una sorpresa; el aparato este no cerraba. Yo me preguntaba, que otra cosa podía salir mal en este día tan tedioso? así que mi mamá saco el casete y miro por la ranura y se llevó una sorpresa, que con el tiempo desencadeno en esta historia.  

Mi papá que ya estaba con nosotros le preguntó a mi mamá - que pasó con el betamax? ya se lo tiraron?- y mi mamá apenas respondió con voz de rabia, alegría y sorpresa – Noooo, encontré todas las pastillas del botiquín! Este chino nunca se tomo nada! En medio de esa confusión de sentimientos, mi mama me cogió, me abrazó y dio gracias a Dios que estaba bien. Ahora gracias a esta historia no hace más que contar que su bebé se ganó un lavado de estomago sin haberse tomado las pastillas, las cuales resultaron escondidas en el betamax de la casa.

 Nunca olvidaré ese día, me tomó un buen tiempo recuperarme de la palabra "lavado" y sus derivados, pero aprendí que las películas de Disney si son nocivas para la salud física y mental de un niño.